De todos los restaurantes estrella Michelín, Aponiente siempre ha sido el que me ha hacía más ilusión visitar. El único restaurante con estrella de la provincia de Cádiz (dos, por cierto), mi provincia. También el único especializado 100% en los productos del mar. Ángel León, además, es Premio Nacional de Gastronomía.
Aun así, debido a su elevado precio, nunca pensé que lo pisaría. Cuando mi pareja me trajo por sorpresa a El Puerto de Santa María a celebrar nuestro aniversario, pensé que iríamos a La Taberna del Chef del Mar, el restaurante low cost de Ángel León. Como no tenemos una economía boyante, sí que vamos de vez en cuando a este tipo de restaurantes y tabernas de los grandes chefs. Además, al ser a carta, te evitas que te toquen platos que no te llamen la atención.
Sin embargo, en esta ocasión, mi pareja decidió tirar la casa por la ventana. El mismo día, después de desayunar en el Mercado de Abastos, me confesó el lugar donde almorzaríamos.
En esta entrada, os contaré como ha sido mi experiencia en el restaurante más caro que jamás he pisado. Curiosamente, aun viviendo en Madrid, el segundo restaurante más caro en el que he comido también ha sido de Cádiz. El Ventorrillo del Chato, en ese caso con bastante peor resultado global.

La llegada
El restaurante está situado detrás de la estación de tren. Estábamos en un hotel cercano, Hotel Monasterio de San Miguel y acudimos pocos minutos antes. Al ir a pie, tuvimos que atravesar un paso subterráneo y llegar a una especie de polígono industrial. No había tráfico ni nadie en la calle, daba la sensación de estar en una zona abandonada. Sin embargo, unos minutos más adelante, nos encontramos con el logo y dos personas que estaban esperándonos.
Una de las cosas que más me llamó la atención fue la gran cantidad de personal. Había muchísimo más personal que comensales puede acoger el restaurante. Teniendo en cuenta la polémica sobre los becarios, no era algo tan raro. Aun así, mi impresión es que se podría mantener la calidad del servicio con menos personal. Si tengo que reconocer que la mayor parte del personal era local. En la zona con más paro de España, eso hay que agradecerlo.
El restaurante está construido sobre un antiguo molino de marea, en un estero. Según nos contaron después, era el molino de marea más importante de la zona. Como he vivido muchos años en San Fernando, estoy acostumbrado a visitar las casas salineras y los molinos de marea abandonados. Siempre me dan mucha pena que, en pleno Parque Natural y en un entorno tan bonito, estén tan desaprovechados.
En Aponiente han conseguido sacarle el máximo partido. Y todo lo que sea poner en valor nuestro patrimonio, bienvenido sea.
El comienzo

El restaurante se divide en dos zonas diferenciadas. Al llegar, te llevan a una especie de habitáculo de cristal en el patio del molino. Allí hay diferentes sofás y mesas en los que te dan distintos aperitivos. Oficialmente te dicen que te “invitan” a ellos, pero si consultas el menú están ahí. Lo acompañan de unas copas de fino de la tierra que sí son “gratuitas”.
En este momento, también quería señalar que puedes ir vestido como quieras. Es habitual en este tipo de restaurantes que se exija determinada etiqueta o ir con chaqueta. En este caso la gente iba veraniega. Eso sí, escuchamos a una pareja al lado nuestra criticar a los que iban con pantalones cortos.
En esta primera parte de la experiencia, prácticamente cada plato nos la traía una persona distinta. Digo plato por decir algo, más bien son pequeños bocaditos. También te rellenaban la copa de fino de forma continua. Yo no soy de beber mucho y me pasé mucho tiempo rechazando alcohol.
Se toman muy en serio el tema de los gustos e intolerancias. Te llaman antes de ir. También a lo largo de la comida te lo preguntan varias veces. Yo rechacé el tomate, mi gran némesis alimentaria. Afortunadamente, casi no había en ningún plato.
También señalar que te “prohíben” hacer fotos. Dicen que así pueden sorprender al comensal que vaya y se disfruta más la comida. Personalmente, me parece una buena opción para tomarlos en el punto justo de temperatura. Eso, en un restaurante de este tipo, es muy importante.
Los primeros aperitivos
Lo primero que nos ofrecen al llegar es el famoso plancton. La gran creación culinaria del chef. Una chica nos explicó lo importante que era en la cocina de Ángel León y nos lo ofreció. Se tomaba como la sal de un chupito de tequila. Te lo ponías en el dorso de la mano y ¡pa’ dentro!

Era la segunda vez que probaba el plancton. La primera vez fue en un arroz de Albores (Jerez) y este estaba mucho más rico. A partir de ahí, comenzaban a traerte diferentes entrantes. No voy a destacarlos todos (los puedes ver en la web), solo los mejores. Había visto varias veces a Ángel León haciendo chicharrones de morena en la tele y estaba deseando probarlos. Me encantaron, aunque parecían más torreznos que chicharrones.
También tengo que destacar la tortilla de camarones, muy extraña y totalmente sensacional. El trío de Sardinas asadas/Matrimonio/Atún encebollado fue otro de mis platos favoritos.

Tras acabar la primera ronda de entrantes, llamado Primer Lance en el menú, pasamos al interior. Al llegar, la host nos explicó la historia del molino y su funcionamiento. También nos dio el último entrante. Fueron kokotxas en salsa verde, uno de los peores de la experiencia.
Algo importante es que, aunque diga que fue de los peores no quiere decir que estuviera malo. Todo estaba de rico a sensacional. Las kokotxas solo estaban ricas y junto con uno de los postres, bajaban un poco el nivel.

Antes de pasar a la mesa, nos pudimos hacer una foto con Ángel León, que nos regaló una moneda fenicia. Evidentemente, era una reproducción, con la que sellan el menú. Al parecer era el aniversario del restaurante y por eso estaban teniendo el detalle.
La mesa
Pasamos al comedor, también muy bonito. Curiosamente, todas las mesas tenían el mismo tamaño, independientemente del número de comensales. Eran mesas grandes y al ser solo dos, estuvimos comodísimos. Por supuesto, era de estos lugares en los que te acercan la silla para sentarse.

En ese momento nos ofrecieron la carta para que eligiéramos el menú. Estaban presentados de forma muy atractiva. Atados a una cuerda, como si fuera un pergamino encontrado en el mar. Me pareció extraño porque al reservar ya tienes que señalar qué menú quieres. Pero bueno, te dan la oportunidad de cambiar de opinión.
Otra cosa que me sorprendió fue que te ponían los platos a la vez. Cada vez que servían cada mesa, debía haber el mismo número de camareros y comensales. Todo el mundo tenía su plato en el mismo instante. También te cambiaban los cubiertos con cada plato. Un detalle que me gustó es que, tras el primer plato, descubrieron que era zurdo. A partir de ahí, me ponían los cubiertos al contrario que a los diestros. Es en el único lugar en el que me ha pasado.

Los precios
Hay dos opciones, el menú Mar en Calma, con 17 platos y a 175€ y el Mar de Fondo, con 22 y a 205€. Además, ofrecían la experiencia Luz de Mar por 60€ adicionales por cabeza. Si querías maridaje, tenías que pagar 70€. El sumiller, por cierto, ha sido también Premio Nacional de Gastronomía.
Elegimos el menú “barato” y mi pareja pidió maridaje. Yo quise aprovechar la experiencia Luz de Mar, porque de perdidos al río, y la contraté. Eso sí, comí con agua. Había visto el vídeo tan chulo que hicieron para presentarla y me llamaba mucho la atención.
Vinos y panadería
Si no quieres maridaje, pero quieres vino, también tienes una carta a tu disposición. Todo lo que te ofrecen te lo explican a fondo. El sumiller te explica los vinos, tanto de la carta como del maridaje.
Me gustó mucho que había muchos vinos de El Puerto de Santa María. También de Jerez, Sanlúcar o Chiclana. La apuesta por el producto local era clara en cocina y también en vinos.
Una cosa que me llamó la atención fue la panadería. Había un responsable de panadería que te explicaba los panes y picos. Según el plato que te comieras, te ponía un tipo de pan diferente. Todos estaban hechos en el mismo restaurante de forma artesanal.
Los platos
Llega el momento de hablar de alguno de los platos. Como comentaba, todos estaban muy ricos. Incluso la menestra de verduras, algo que jamás me pediría en un restaurante. También todos tenían algo marino como ingrediente, incluso los postres. Aun así, destacaré los que más me llamaron la atención.

Embutidos marinos
En este plato te servían tres embutidos diferentes. Un lomo de cazón, similar al lomo adobado; un chorizo de mojarra y un paté de no recuerdo qué pescado. Tanto el lomo de cazón como el chorizo estaban espectaculares. Nada que envidiar a los del cerdo ibérico. Me gustaron además porque son dos productos muy locales. La mojarra es, sin duda, el pescado que más he comido en mi vida. Está considerada moralla y tiene bastante espina, pero siempre me ha gustado mucho. Ver lo que siempre he comido frito o a la plancha en forma de chorizo me impactó.
El cazón, el producto estrella de la gastronomía gaditana, siempre se come frito o en guiso. Convertirlo en lomo fue también toda una experiencia sensorial. Fue el primer plato y nos descubrió como iría todo. Sabores sorprendentes con ingredientes no habituales.
Caballa, pepino y jalapeño
Quiero destacar este plato porque fue toda una sorpresa. La caballa no es de mis pescados favoritos. El pepino me da pereza y no me gusta el picante. Sin embargo, la combinación de los ingredientes en este plato era maravillosa. De esos platos que te comerías todos los días. Una mezcla de frescor, untuosidad y un toque picante riquísimo.
Gazpacho de zanahorias encominadas
En esta ocasión, podíamos elegir entre dos platos. Por una parte, estaba el gazpacho de maíz y calamar y, por otra, el de zanahorias, quinoa y berberechos. Opté por este último y fue mi plato favorito del almuerzo. Sabía a tradición, pero era totalmente moderno. Los berberechos y la quinoa crujiente le quedaban super bien. De hecho, me gustó tanto, que poco después empecé a hacer zanahorias aliñás gaditanas en casa. (Porque el sabor del gazpacho era bastante similar)
Manzana fresca
En mi menú, había dos postres. Manzana fresca y fresas con nata. Mientras que las fresas me dejaron indiferente, la manzana fresca me volvió loco. De nuevo, tampoco soy muy fan de la manzana. Creo que es, probablemente, la fruta más aburrida de sabor y textura que existe. Sin embargo, este plato, que creo que también llevaba pepino, estaba en otro nivel. Cada bocado era un placer lleno de sensaciones y frescor.
Mencionar que también te ponían un carrusel de caramelos/bombones tras los postres.
Experiencia Luz de Mar
Antes de los postres, nos llevaron a nuestra experiencia Luz de Mar. La verdad es que me costaría decir si la recomiendo. Supongo que la respuesta más adecuada es sí si te sobra el dinero. Subimos al laboratorio I+D del restaurante. Allí un señor nos explicó en qué consistía el descubrimiento.
Al parecer llevaban años buscando la forma de “capturar” la luz del mar. Lo habían intentado con algas y otros elementos. Al final, lo consiguieron con unos cangrejos microscópicos. Para ello, había que machacarlos con un mortero. Para defenderse, los cangrejos trasmitían esa luz.
El señor nos explicó que lo habían patentado y lo cultivaban en un estero de El Puerto. Sin embargo, la investigación les resultaba muy cara y por ello el precio. Total, que el señor los machacó y nos lo puso en una copa. Allí había servido una especie de zumo de melón. También estaba por los bordes de la copa. Dejó la habitación a oscuras y nos dejó, diciéndonos que jugáramos con la luz.
De pronto, la copa del vaso comenzó a llenarse de una extraña luz azulada. Lo más parecido que he visto ha sido un cielo estrellado en movimiento. Podías cogerlo con los dedos y ponértelo en la cara, en la lengua, donde quisieras. Tú eras, de repente, el cielo estrellado. Fue algo divertido.
Estuvimos unos cinco o diez minutos hasta que el señor volvió para mandarnos de nuevo al comedor. Fue una experiencia alucinante pero también fue cara. No sé si la experiencia vale 60€ por cabeza. Además, al ser en el laboratorio, había algunas típicas luces rojas de aparatos electrónicos apagados. Hubiera sido mejor en un lugar habilitado para la misma.
Conclusión
Tras pagar la abultada cuenta, nos fuimos a casa. Eran más de las cuatro de la tarde y habíamos llegado a la una. Tres horas sin parar de comer cosas realmente ricas. Al final, cada plato salía por algo menos de 10€ y viéndolo así no es tan caro. En un buen restaurante a la carta, te costaría más. Aun así, hay que tener estómago para gastarse tanto en un único día.

No salimos arrepentidos, es una de esas experiencias para tener alguna vez en la vida. Tampoco creo que volvamos a medio plazo a ningún restaurante similar. Al menos si no nos toca una Primitiva o un Euromillón. Merece la pena, sí, siempre y cuando no vayas a quedarte en la miseria después. Sino, un puchero o unas papas con huevo también están maravillosas.
A mí, además, me gustó mucho por el tema local. Ya sabéis que me mata la nostalgia por mi tierra. Es genial ver cómo se les saca un partido tan especial a nuestros productos. También es estupendo ver un molino de marea totalmente rehabilitado y funcional. Nuestro patrimonio industrial puede seguir aportando valor añadido.
Eso sí, os prometo que en la próxima entrada de Restaurantes Máximos os traeré algo realmente económico.
¿Las fotos de los platos son tuyas o cogidas de algún lugar? Como al principio dices que no dejaban hacer fotos. Me ha gustado mucho tu resumen, muy bien explicado.
Hola, Ángela! Muchas gracias! No, las fotos no son mías, son de la página web y del Facebook y no recuerdo si cogí alguna de Tripadvisor pero es posible! La única foto que nos dejaron hacer fue la foto con Ángel, lo demás es sacado de Internet!